Desgraciadamente, a diferencia de otros países (como Uruguay, Argentina, Chile), el movimiento estudiantil mexicano no está organizado permanentemente en centros de estudiantes, con una composición plural, donde se aprende a discutir, a diferenciarse democráticamente, a proponer, a funcionar ganando y respetando las mayorías, a confrontar ideas. Sólo excepcionalmente –como con el rechazo a la privatización de la enseñanza, reivindicación muy popular fuera de la misma universidad– los estudiantes buscan llegar al resto de la población con propuestas políticas unitarias o formar frentes con otros sectores o luchas. Además, como no tienen continuidad organizativa, tampoco la tienen en lo político y cada generación estudiantil debe así volver a aprender desde cero, sin hacer balances del pasado.
Como entre la mayoría de los profesores e intelectuales, por un lado, y los estudiantes, por otro, hay un vacío generacional y social que está, sobre todo, determinado por la institucionalización y profunda integración con el "orden" del Estado de los primeros, y como los estudiantes no tienen partidos ni dirigentes políticos que les escuchen y enseñen y que tengan autoridad política y moral, en las aulas hay una aparente apatía de la mayoría y una radicalización de una minoría… hasta que la crisis del país lleva a un nuevo estallido ciego, lleno de rabia, a la griega, sin propuestas. Hacia eso vamos, porque los sectores que pagaban una educación privada a sus hijos ya no pueden hacerlo y se orientan hacia la UNAM, la cual no da abasto porque le cortan los fondos y las autoridades no han aprendido nada del derrumbe capitalista ni del pasado. Nadie liga la necesaria reforma de la enseñanza con la democratización en la UNAM y en el sindicato de trabajadores y en el país. Pero la crisis del capitalismo sigue arrojando carbón a las calderas…¿Hasta cuándo?
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